Es mucho lo que se ha escrito sobre autismo desde que Kanner hizo su primera aproximación. El importante auge que ha tenido este tema en los últimos años da testimonio de como el autismo viene trascendiendo en la cultura, en los medios y en un sinfín de espacios en internet, haciendo de esta entidad clínica un azul familiar, reconocible, diagnosticado por doquier y a edades muy tempranas.
Podemos pensar este hecho como un heredero de los cambios de criterios de reconocimiento del autismo que en la década de los 80 dio su giro invirtiendo el orden diagnóstico. Ya no se trataba de una evidencia neurológica. Desde entonces cualquier niño que manifiesta alguna conducta extraña de la que pueda suponerse una disfunción, podría ser sospechoso de padecer autismo. No me extenderé en este tema, pero si me atrevo a afirmar que la nosología no ha recibido en algunos casos la interpretación acertada generando diagnósticos equivocados.
Son varias las lecturas que preceden a estas palabras de hoy, algunas más que otras han sido determinantes a la hora de elaborar este trabajo donde intentaré transmitir mi experiencia con algunos jóvenes diagnosticados de Síndrome de Asperger, a quienes tuve y tengo la oportunidad de acompañar desde sus infancias, adolescencias y en algunos, su edad adulta.
El abordaje psicoanalítico del autismo, nos coloca en una clínica en la que el terapeuta debe estar atento a los múltiples rasgos que el espectro sugiere, y debe generar la búsqueda de un método de acercamiento que permita la relación con el otro, con el entorno, con la mirada y la voz.
Los primeros encuentros con los niños y niñas autistas siempre están orientados a franquear un muro invisible, el “caparazón autista”, coraza que expresa un funcionamiento subjetivo singular.
Eric Laurent define el encapsulamiento autista como una burbuja de protección cerrada de un sujeto carente de envoltura corporal. Un ser que no reacciona ante la imagen de su cuerpo estableciendo en lugar del espejo que no funciona, una neo barrera corporal en la que está encerrado. Este muro sólido le permite defenderse de otro que se le presenta intrusivo.
En ese lugar, ubicado en ese neo borde está el sujeto autista. El analista debe plantear un trabajo en el que su inventiva permita un deslizamiento, un movimiento particular que dé lugar a algún intercambio.
Pol tenía cinco años cuando fue traído a mi consulta, nuestros primeros encuentros se basaron en correteos en la sala de psicomotricidad de mi centro, él se desplazaba y yo lo imitaba. En varias sesiones repetimos la misma actividad. Cada vez que yo intentaba cambiar este estilo de funcionamiento, Pol
respondía con gritos desesperados. Entender los equívocos de la lengua era tormentoso, todo aquello significable con palabras era una imposibilidad de comunicación entre nosotros. Poco a poco iniciamos un intercambio de objetos que acompañé con canciones de falda, usé las onomatopeyas de animales para anticipar y realizar acciones sobre su cuerpo. De a poco fue aceptando el acercamiento y yo ya no era ese otro tan amenazante para él.
Fuimos construyendo un espacio juntos, el juego y la emergencia de algunos significantes empezaron a formar parte de un tiempo que sin saberlo duraría años. En esta entrega de ambos, aquellos animales que traía aferrados a las manos, sus objetos preferidos, tuvieron un protagonismo especial. Después de varias sesiones pude comprender que los cetáceos eran sus predilectos.
No fue necesario despojar a Pol de sus objetos, utilizarlos sirvió para vincularme. A modo de partenaire me hice eco de muchas historias de delfines y ballenas, de sus hábitats y otros miles de temas en torno a ellos.
Los cetáceos que traía Pol pegados al cuerpo fueron motivo de debate y lucha con la escuela, él necesitaba algún animal al que engancharse y, como él explica actualmente, “sentirse más tranquilo”.
En palabras de L.Viloca “las sensaciones duras provocadas por estos objetos, son más importantes que las funciones que normalmente cumplen los mismos”. No es el objeto Winnicottiano, sino que son aquellos permiten que experimentar la auto sensorialidad que a desconectar del entorno. Pero también y en las palabras de E. Laurent, “el objeto que está vivo fuera del cuerpo, ese sin equívoco” que crea una defensa que produce impresiones corporales creando una envoltura protectora que les vuelve insensibles al dolor, y cuya función es salvaguardarles de un ataque, de la aniquilación total, de un miedo que se instaura en edades muy tempranas, porque no pueden dominar esa angustia irracional que genera el encuentro con el otro.
No sin dificultad fui consiguiendo que Pol, pasara sus horas escolarizado junto a objetos con los que se sentía protegido del mundo. Así aferrado de forma electiva, con un modo particular de relacionarse con ellos, era capaz de sostenerse en un mundo que le era incompresible.
La vida de los cetáceos fue uno de los temas que centró nuestra clínica, y sin duda una parte importante de su vida. Los objetos fueron dando paso a los dibujos, creaciones que en la pubertad ocuparon gran parte de su tiempo. Pol extendió el arte a la creación de centauros. Estos personajes, y las historias derivadas de ellos, le permitieron entender el funcionamiento de su vida mientras las obligaciones cotidianas le empujaban a salir de la soledad y el mutismo.
Durante su paso por el bachillerato, sus libretas de arte ocupaban un interés conjunto en cada sesión. A través de sus creaciones se abrió la posibilidad de intercambiar momentos de angustia desbordante que la adolescencia le generaba, instantes en los que su estructura inerte tambaleaba y amenazaba con caerse.
Un período de nuevas actividades surgió en esta etapa. Pol empieza a participar en una asociación de familias con niños y niñas autistas. Se convierte en la imagen visible de la institución. En varios eventos fue capaz de definirse a sí mismo como autista y explicar públicamente los avatares de su vida, sus necesidades y sus dificultades. Dio charlas relacionadas con el tema. Pronto este lugar impuesto por algo que venía del deseo del Otro empezó a resultarle incómodo. Ser “mono de feria” como él decía, representando otras voces, no le agradaba. Inició una experiencia universitaria que dejó en poco tiempo, y después de una larga búsqueda encontró un trabajo que le permitió sentirse útil, una faena organizada, predecible en técnica y horario, hecho que facilita la continuidad y la posibilidad de cumplir con lo que el oficio demanda. Paga su terapia y ayuda económicamente a su familia.
Si bien en el caso que planteo podemos inferir que el dispositivo analítico hace posible sacudir levemente la inmutabilidad del universo del sujeto autista, no es una clínica sencilla y no siempre es factible penetrar el encapsulamiento autista. Conmover el mundo generando un deslizamiento en una metonimia que lo amplíe, permite a algunos sujetos autistas aproximarse con intereses propios al espacio que les habita y en el que ellos son capaces de habitar.
Los cetáceos y todo el trabajo que ambos intercambiamos en relación a ello pudo producir una salida. El respeto y la espera atenta permitieron captar lo nuevo que iba surgiendo. Ni las obsesiones ni su interés único por los cetáceos fueron un impedimento para que construya su mundo, lo organice, y transforme su tema de interés en un modo de relacionarse con los otros, logrando una adaptación social satisfactoria. Sin embargo, el funcionamiento subjetivo de Pol se ha mantenido en toda su singularidad a lo largo de todo este tiempo, y puedo inferir que, como señala Maleval, el autismo siempre desliza hacia el autismo, nunca hacia la psicosis ni hacia la neurosis.
El objeto autista y el doble real, funcionaron como suplencia, su interés por el mundo marino primero, el arte y posteriormente la oratoria, fueron invenciones que le permitieron construir un borde para aliviarse del exceso de goce. Borde dinámico del que sin duda yo formé parte. Estas invenciones le permitieron una interacción con el Otro menos angustiante y menos intrusiva.
Podemos pensar el psicoanálisis como una forma posible para el tratamiento de niños y niñas con TEA. El deseo del analista, dispositivo analítico, la inventiva del terapeuta, el tiempo sin prisas, la espera, la capacidad de soportar el silencio y la angustia, permiten un encuentro y dan lugar a una interrelación que se va modelando en cada sesión. No podemos dejar de lado a las familias. Es necesario hacerlas partícipe del camino emprendido. En el marco de este trabajo topamos con las particularidades de los padres y madres, quienes en el torbellino propio de la angustia que genera el encuentro con las dificultades de un hijo, van quedando desplazados por un saber científico irrefutable que procura un consuelo aparente que a la vez, les hace sentir inútiles provocando un malestar inevitable. Ante este panorama de tratamientos incuestionables, el psicoanálisis puede ofrecer un espacio de escucha donde elaborar el duelo y autorizarse a hacer y crear estilos propios con sus hijos e hijas, buscando la manera de entender ese funcionamiento subjetivo singular que les hace únicos.
Silvina Mosquera
(Texto publicado en la Revista Eipea)
BIBLIOGRAFÍA
Coriat, E. El psicoanálisis en la clínica de niños pequeños con grandes problemas. Buenos Aires: Lazos 2006.
Laurent, E. La batalla del autismo. Buenos Aires: Grama, 2013.
Maleval, J.-C. El autista y la voz. Barcelona: Gredos, 2009.
Miller, J.; Laurent, E.; Maleval, J.; La Sagna, P.; Sergio, L; Alvarez Bayon, P.; Tendlarz, S. Estudios sobre el autismo II. Buenos aires: Colección Diva, 2015.
Tendlarz, S. La dirección de la cura en el autismo y en la psicosis en la infancia. https://www.aacademica.org/000-122/554.pdf
Vaccarezza, L. Clínica psicoanalítica y psicosis, texto El autista y su objeto. Elvira Garrido. Barcelona: ACTO 2016
Viloca, L. El niño autista. Detección, evolución y tratamiento. Barcelona: Grupo editorial Ceac, 2003.
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