Recordemos aquella otra situación humorística,
quizá más primitiva e importante:
la de quien dirige el humor contra su propia persona
para defenderse así del sufrimiento amenazante. (Sigmund Freud)
Poco antes de que Freud escribiera El chiste y su relación con lo Inconciente (1905), Henri Bergson (1859-1941) publicaba un pequeño libro, insignificante para los filósofos pero rico en sugerencias para el psicoanalista: La Risa (1902). Bergson comienza su opúsculo destacando que la risa es un fenómeno exclusivamente humano. Sólo ríe el ser que habla; no es concebible un efecto de comicidad en la naturaleza sin que sea el hombre mismo quien lo introduzca. A tal punto que si algunos filósofos definieron al hombre como un animal que ríe, dice Bergson, “habrían debido definirle también como un animal que mueve a risa, porque cuando algún otro animal o cualquier cosa inanimada motiva la risa, es en todos los casos por su parecido con el hombre...”[1]
Resulta interesante relacionar esta amarga reflexión de Bergson con las observaciones de varios antropólogos ingleses citados por C. Levi Strauss. Ellos encontraron que los pigmeos de la península Malasia solían disfrazar a un mono con atuendos humanos para reírse de él, comportamiento sancionado como grave pecado.
Figurar una equivalencia entre un mono y el hombre, es interpretado por Levi Strauss como un “abuso de lenguaje” [2] en el mismo plano de incoherencia, por ejemplo, que la de un hombre que pretendiera convertirse en marido de su hermana. El abuso en cuestión consiste en pretender que un sujeto ocupe un lugar no simbolizado en el campo del lenguaje y por lo tanto no aceptado como función de la palabra*. En el ejemplo citado, humanizar a un mono vistiéndolo de hombre, adquiere un carácter transgresivo en tanto abusa de lo que es humano extendiéndolo al simio. Pero lo picante de este asunto es que para los espectadores, el efecto de comicidad se produce ante la imagen de lo humano llevado al paroxismo de la ridiculez. No es lo que hay de mono en ese esperpento lo que mueve a risa, sino lo que hay de hombre en esa abusiva imagen homo-simiesca
Levi Strauss concluye que es ese carácter abusivo el que confiere a dicha acción tanto su efecto cómico como su condición de pecado.
Se obtienen así dos condiciones para el efecto de comicidad: que en la situación cómica esté implicado un otro cuya imagen esté afectada por un rasgo de disparidad tal que signifique una visible ruptura de su consistencia, y que, más allá de la escena, se anticipe la sanción del Otro del lenguaje.
La emergencia de lo extraño (el abuso de lenguaje), viene a resolverse en risa sólo cuando el sujeto logra ocultarla bajo una imagen reconocida de semejanza, que paradójicamente, hace resaltar aún más la diferencia y la ajenidad.
Así, un mono vestido de hombre me es tanto más extraño que un mono desnudo. Lo que podríamos llamar el momento de la risa, se produce cuando la ruptura de la consistencia imaginaria del otro, permite al espectador el placer de experimentar como verdadera la ilusoria unidad de su yo.
Si un semejante resbala sobre la cáscara de banana, el sujeto es movido a risa aunque no lo quiera. Sucede, según Freud[3], que el espectador se identifica con la situación desgraciada o ridícula por la que pasa el otro, pero al mismo tiempo experimenta el placer de no estar implicado personalmente en lo real de esa “caída” narcisista; el riesgo es del otro. He ahí la razón del efecto de comicidad, que reside “en el ahorro del despliegue afectivo”[4]. Por otra parte, que ese ahorro pueda realizarse mediante un desdoblamiento identificatorio, sólo posible para quien ha constituido su yo en la experiencia especular, hace comprensible la observación bergsoniana acerca de que la risa es un atributo exclusivo del ser humano, presente, además, desde los orígenes históricos de la humanidad.*
Es así también como el arte, el teatro, el cine, permiten una participación afectiva en las proezas más grandiosas o en las escenas más temibles, sin que el sujeto pierda la seguridad en su propia inmunidad narcisística. La ficción hace posible el goce de las fantasías más imposibles o rechazadas, sin abandonar del todo el placer de hallarse fuera del golpe de lo real.
Ese lugar pasivo del espectador está signado, según Freud por una cierta cobardía, que es propia tanto del neurótico como del esclavo hegeliano, mientras que la apuesta a la experiencia está signada por aquella audacia que hace al sujeto dueño de su deseo.
Tendríamos entonces, por un lado, la comicidad, donde el sujeto “aprovecha” la fragmentación de la imagen del otro, para gozar de la completud de la propia, al abrigo de todo riesgo.
Pero además, existen otras estructuras humorísticas, donde el sujeto aparece comprometido en un registro distinto al de su natural cobardía neurótica.
Freud comienza su artículo El Humor (1928) con un ejemplo para nada contingente, ya que parece condensar todas las características que le permitirán la explicación metapsicológica del fenómeno. Se trata del reo que conducido un día lunes a la horca exclama: ¡Linda manera de empezar la semana![5]
Hay una diferencia esencial entre lo que sería un chiste, y esta expresión de efecto humorístico. Aquí lo que mueve a risa es más la actitud del reo que el texto enunciado por él.
Es necesario por tanto, en esta vertiente que se diferencia de lo cómico, introducir dos nuevas estructuras: el chiste y el humor. De ambas podemos decir que tienen el carácter de “formaciones”.
Al chiste lo situamos en el campo de las operaciones retóricas, como uno de los efectos de las leyes del significante. La ausencia de relación unívoca entre significante y significado permite el deslizamiento del sentido hasta alcanzar un efecto inesperado, transgresivo, que depende totalmente de la plasticidad del significante para significar no importa qué.
Lo que interesa al chiste es que el texto mismo, en forma independiente del sujeto, produzca un nuevo sentido que alcanza al sujeto en la obtención de un plus de goce. Citemos como ejemplo un chiste comentado por Freud: “El matrimonio X vive a lo grande. Según unos el marido ha ganado mucho y dado poco; según otros, es la mujer que se ha dado un poco y ganado mucho”. De este chiste Freud dirá: “¡Excelente chiste, verdaderamente diabólico y conseguido con un mínimo de medios! Es tan sólo por la inversión de una frase por lo que se distingue lo que se expresa del marido de lo que se sugiere de la mujer”[6].
El humor en cambio depende de la actitud del protagonista. Es en el nivel de la enunciación, de la posición del propio sujeto con respecto a su enunciado –y no del texto- donde habremos de encontrar la respuesta por el efecto humorístico. Es por la implicación del sujeto que en el humor hay algo grandioso, patético; el humor es rebelde, dice Freud.
La rebeldía del humor consiste en que el sujeto no se deja someter por lo que irrumpe como privación impuesta por la realidad a expensas de la integridad del yo; en el ejemplo de Freud, privación absoluta, privación de la vida. Mediante el humor el sujeto expresa la victoriosa confirmación de su invulnerabilidad. Pero eso no es lo más importante, sino que además, “de la adversidad de las circunstancias reales el humorista extrae motivos de placer”[7]. La posibilidad del humor libera del terror anonadante a la castración, trocando una situación atroz en un hecho insignificante, casi cotidiano. Este mecanismo de transposición de lo siniestro a lo cotidiano, introduce lo placentero del humor.
Si el reo hubiera dicho: “todo esto no me importa. ¿Que más da si cuelgan a un tipo como yo? No se vendrá el mundo abajo por eso”[8], hubiera sido seguramente una magnífica superación narcisista de la realidad, pero sin pizca de humor, donde se adivina además una transparente “transformación en lo contrario”. El humor no depende por tanto de una apreciación correcta de una realidad ominosa a la que el yo logra defensivamente adaptarse, sino de encontrar en ella, paradójicamente, elementos humorísticos que permitan el triunfo del principio del placer sobre el sometimiento masoquista al goce del Otro.
Está en juego la afirmación de una rebeldía del sujeto contra la imposición del sufrimiento en el límite de una evitación imposible. En estos casos, dice Freud, el super yo parece mostrar una cara más benigna y permisiva que aquella obscena y feroz que lo caracteriza desde siempre.
El humor es pues, antes que renegación, una solución exitosa de la antinomia goce-placer, donde el sadismo del super yo levanta su mandato de goce, para convertirse en una inusitada instancia protectora del placer del yo.
Ante el sufrimiento que impone la realidad, no sólo al condenado a la horca sino a todo sujeto parlante, en tanto “realidad” en Freud implica encuentro con los signos de la castración, el artículo El Humor propone una serie lógica de formaciones defensivas. Esta serie va de la neurosis como formación más lograda hasta la locura, pasando por la embriaguez, el ensimismamiento y el éxtasis. El humor participa de esta serie como defensa, al mismo tiempo que se excluye de ella en tanto no sucumbe al sufrimiento. El humor, dice Freud, “se ríe del dolor que las demás defensas no logran eludir”.
El reo no desconoce con su humor el desenlace fatal, es sólo que el yo puede aceptarlo gracias al humor, gracias a la aprobación (insólita actitud) del super yo. Renegar de la muerte (imagen por excelencia de la castración) sería un recurso desesperado del sujeto, inverso al del humor: la muerte real de todos modos se impondrá.
El “humor negro” del reo tiene todo el estatuto de un acto, en tanto rectifica -no la realidad- sino la posición del sujeto ante la muerte. Su acto consiste en desafiar a la muerte, pero no renegando de ella, sino poniendo en marcha los más poderosos recursos de la palabra, como elaboración de lo real imposible de ser nombrado. El humorista recurre al discurso, en el punto preciso donde hubiera podido quedar atrapado en una renegación sin salida o en el horror de lo real. “Aunque quisiera un lugar al abrigo de las tormentas del mundo, una especie de entre sueño sin muerte ni desaparición, un narcisismo utópico y purificado, sin embargo el acto (de humor) unce al sujeto al discurso después de haberle hecho experimentar el vértigo de lo real. Por eso aunque insoportable es necesario y liberador”.[9] Esta resolución simbólica, es lo que autoriza la ubicación del humor como una formación exitosa del inconciente.
Desde esta perspectiva, el humor de ninguna manera se fundamenta en un acto renegatorio de la realidad de la castración, sino que se constituye en una forma invertida de su aceptación*. La siguiente anécdota, en todo equivalente al ejemplo de Freud, lo ilustra fielmente: Dicen que Federico García Lorca enumerando ante el pelotón de fusilamiento todo lo que sus verdugos están a punto de quitarle, finaliza exclamando: “podéis quitarme la vida, pero lo que nunca me podréis quitar... es el cagazo que tengo en este momento”.
Extraer el fenómeno del humor del campo afectado por los efectos de la renegación, es lo que nos permitirá plantear una relación posible entre el fin de análisis y el humor.
El análisis obviamente no propone hacer del sujeto un humorista, pero tiene algo que ver con recuperar el humor. La neurosis si bien fue planteada por Freud como una solución en el plano de las satisfacciones, es antinómica con respecto a la solución del humor.
Si el análisis es una elaboración de la neurosis infantil en el campo de la transferencia, este movimiento impone conducir al analizante no sólo a una solución distinta a la neurótica, sino también a una diferente actitud ante la historia de su neurosis. Que nuestra historia, dice Lacan, termine siendo un mot d’esprit, es decir una historia aligerada de sufrimiento, ante la cual el analizado logre sonreír. La finalidad no es recuperar una historia perdida, sino reescribirla como buena historia (mot d’esprit), y una buena historia tiene siempre un toque de humor.[10]
Si el lema freudiano con respecto al deber primero de todo ser humano es el deber de soportar la vida[11], habría que agregarle …con humor, para hacer justicia a la idea freudiana y disipar ese dejo de pesimismo que algunos críticos creen encontrar en su doctrina.
El análisis, como es sabido desde Lacan, no culmina en un acceso al sentido pleno, sino en esa liberación del sentido tan propia del sin sentido del humor. Es precisamente la liberación del sentido, de ese lastre que encadena al sujeto al mito tragicómico de su neurosis, el que permitirá el encuentro con el sin sentido de los significantes que estructuraron su vida. Este vaciamiento del sentido macizo y trágico de la neurosis, termina acarreando necesariamente un efecto de humor que no debe confundirse con la comicidad.
Se trata quizá de que el super yo pueda llegar a ser para el sujeto analizado como esa persona mencionada por Freud “que se conduce como un adulto ante el niño, al reconocer en toda su futilidad y al sonreír sobre los intereses y pesares que a este le parecen tan enormes”[12].
El analizado no dejará de estar sujeto a la escisión psíquica, pero el super yo se habrá hecho más benigno. Detrás de su figura odioso y odiada, y en virtud de la ambivalencia originaria del sujeto con respecto al padre, se hará posible que el super yo cambie de voz: hablará con la voz del amor del padre, propiciatoria de un beneficio placentero para el sujeto.
Lo notable es que Bergson había intuido ya una relación equivalente a la que existe entre el humor y el super yo, al decir que “el humor se impone contra la voluntad del sujeto”, anudando así el curioso oxímoron de la imposición de un mandato superyoico con el beneficio placentero del humor.
No deja de ser lógico que Freud nos sorprenda con esta homologación entre super yo y amor paterno y nos diga que en el humor el super yo consuela cariñosamente al intimidado yo, porque una de las caras más primitivas del padre, es la del amor.
Nuestra hipótesis es que esta nueva dimensión del super yo que se articula con la experiencia placentera, es una función necesaria para la finalización del análisis. ¿No es necesario acaso que el super yo disminuya sus crueles exigencias de goce sintomático, para poder superar la “reacción terapéutica negativa” de la cual es responsable precisamente la ”resistencia del super yo?”[13]
Trayecto obviamente difícil, pues si es cierto que “no todos los seres humanos tienen el don de poder adoptar una actitud humorística, pues ésta es raro y precioso talento…”[14], mucho más difícil es que el sujeto se divida para adoptar esa actitud hacia sí mismo como si fuera otro.
¿Podrá el analizante llegar al límite del humor? Si el fantasma neurótico es una actividad donde el goce se hace fuerte, será entonces necesario su atravesamiento para que el sujeto pueda reelaborar la castración y asumir la pérdida originaria de su unidad. ¿Pero cómo hacer de esta operación dolorosa un acto de humor?
El camino lo marca el vaciamiento de los contenidos fantasmáticos, operación que conduce al sujeto al encuentro de una verdad irrisoria que tiene la insignificancia de la nada, y por tanto mueve al humor. Pero, apresurémonos a aclarar: que el humor venga a ocupar el lugar de esa nada, no significa en absoluto que el análisis termine en nada. Si así fuera, ¿qué diferencia habría entre el destino de muerte inminente del reo freudiano y el destino de un análisis? No es propio de la estructura de un fin de análisis, que su resultado final sea la muerte. Se trata más bien del humor como una instancia, es decir como la creación de un significante nuevo en el lugar de la falta. El humor, en este caso, opera como significante de la falta en el Otro, para que, a partir de allí el sujeto pueda encontrarse con lo que Lacan denomina en el seminario sobre Hamlet, su propio voluntad[15], es decir su deseo.
Según Freud “el humor quiere decirnos ¡mira, ahí tienes ese mundo que te parecía tan peligroso, no es más que un juego de niños, bueno apenas para tomarlo en broma”![16]. Si el análisis lograra que el analizante adopte esa misma actitud frente a la historia de su neurosis infantil, estaría quizá, al menos en parte, curada su neurosis, porque a partir de allí, el sujeto podría comenzar “otra historia”.
Quizá pueda objetarse que el uso que hago aquí de estas frases freudianas, banaliza ingenuamente una operación compleja como es el fin de análisis. Por mi parte responderé que sólo estoy tomando un aspecto parcial de la cuestión, y que además es la propia estructura de sin sentido del significante la que hace de la ”seriedad” de la neurosis, apenas una broma de mal gusto, ya que el significante jamás se hace responsable por las significaciones del sujeto, antes bien se ríe de todas ellas por igual.
Mirado retroactivamente, resulta irrisorio (como ya lo había anticipado Blaise Pascal en un famoso pasaje de sus Pensamientos) que el sujeto neurótico demore tanto tiempo en arriesgar su nada para realizar su apuesta. En este sentido, la experiencia clínica nos enseña que el fin del análisis coincide con aquel momento en que el sujeto, re-situado ante los aspectos irreductibles de su neurosis infantil, puede exclamar como el reo: ¡Linda manera de haber empezado la vida!
Ahora bien, si la función del analista es favorecer la operación llamada fin de análisis ¿qué decir, aunque sea brevemente, de su propia actitud humorística?
En principio, no es necesaria una disposición especial del analista al humor; la interpretación del inconciente, por su propia estructura de lenguaje, acarrea siempre un efecto de sinsentido que suscita el humor.
En cuanto al analista, si su semblante es demasiado serio, como todo lo demasiado serio, bordeará el ridículo, y es eso lo que la histérica le hará sentir inmediatamente. En el otro extremo, si comete la torpeza de tomar humorísticamente la identificación amarga con su propio sufrimiento que trae el analizante, resultará ofensivo, y su actitud bromista, entendida como omnipotencia, sólo servirá para incrementar la resistencia de transferencia, y hará imposible luego todo intento de introducción del humor.
De todos modos, y a pesar de ese riesgo, el acto de humor del analista cumple una importante función de corte en cuanto a la rectificación subjetiva del analizante. Tener el savoir faire del humor es una de las formas de intervención en lo real que favorece el atravesamiento del fantasma.
Publicado en CUADERNOS SIGMUND FREUD 20, “El acto psicoanalítico”, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 2000.
Héctor Pedro López
hectorlopezvd@gmail.com
* [1] La moderna psicología experimental norteamericana comete un “abuso de lenguaje” semejante, cuando se desespera en vano por enseñar el lenguaje humano a simios de laboratorio.
* En este sentido C. Levi Strauss, que nos ha dejado ese apasionante diario de viaje que es su libro Tristes Trópicos (Eudeba, 1976), dice haber encontrado en el corazón amazónico, tribus como los Nambiquara, Tupí Kawaíb y otras, en un estado de primitivismo similar al del hombre de la edad de piedra. Pues bien, estos hombres casi en estado de naturaleza, no sólo hablaban sino que también reían.
* La implicación entre humor y renegación es sostenida por algunos autores, entre otros J.Ritvo en el escrito citado (ver nota 9). La observación de Freud acerca de que “en el fondo, el super yo al provocar la actitud humorística rechaza la realidad”, va seguida de un pero… a partir del cual se invierte el argumento.
[1] Enrique Bergson: La Risa, Editorial Tor, Buenos Aires. s/fecha, pág. 11.
[2] Claude Levi Strauss: “Los principios del parentesco”, en Las estructuras elementales del parentesco, Ed. Paidós, España, 1981, cap. XXIX pág. 572 a 574.
[3] Sigmund Freud: El poeta y la fantasía, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, Tomo II, pág. 1057.
[4] Sigmund Freud: El Humor, en Obras Completas, Biblioteca Nueva, Madrid, 1968, Tomo III, pag 512.
[5] Sigmund Freud: Ibíd, pag 510.
[6] Sigmund Freud: El Chiste y su Relación con lo Inconciente, en Obras Completas, Madrid, 1968, Tomo I, pag.837.
[7] Sigmund Freud: El Humor, pag 511.
[8] Sigmund Freud: ibíd, pág. 511.
[9] Juan Ritvo: El acto y el Humor, en Revista Conjetural No. 25, Edit. Sitio, Buenos Aires. Agosto de 1992.
[10] Jacques Lacan: El Seminario, Libro 15: El Acto Psicoanalítico, inédito, clase del 28-I-68.
[11] Sigmund Freud: Sobre la Guerra y la Muerte, Op.Cit., Tomo II, pag. 1108
[12] Sigmund Freud: El Humor, Op. Cit., Tomo III, pag. 512.
[13] Sigmund Freud: Inhibición, Síntoma y Angustia, Op. Cit. Tomo II, Cap. XI: Apéndice, punto A
[14] Sigmund Freud: El Humor, Op. Cit., Tomo III, pag. 514.
[15] Jacques Lacan: “Hamlet un caso clínico” en Lacan Oral, Xavier Bóveda Ediciones, Buenos Aires, 1983, pág. 55.
[16] Sigmund Freud: El Humor, Op. Cit., tomo III, pág. 515.
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